miércoles, 14 de marzo de 2012

Cinco Sueños..





He querido compartir este pequeño cuento extraído del libro "El porvenir de mi pasado" de Mario Benedetti, libro que por cierto recomiendo encarecidamente.
Benedetti deja de lado (nunca del todo) el oficio de poeta  para presentarnos un libro de pequeños relatos narrados de forma muy diáfana.
Aquí les dejo uno de los relatos titulado "Cinco Sueños". Espero les guste.



CINCO SUEÑOS



En total , soñé cinco veces con Edmundo Bel monte, un tipo esmirriado,
cuarentón, con expresión más bien siniestra, mal querido en todos los
ambientes y tema obligado de conversación en las mesas de funcionarios
o de periodistas.
En el primero de esos sueños, Belmonte discutía  larga y
encarnizadamente conmigo. No recuerdo bien cuál era el tema, pero sí
que él me repetía, como un sonsonete: «Usted es un atrevido, un
inventor de delitos ajenos», y a veces agregaba: «Me acusa y es
perfectamente consciente de que todo es mentira». Yo le mostraba los
documentos más comprometedores y él me los arrebataba y los rompía.
Era en medio de ese desastre que yo despertaba. 

En el segundo sueño ya me tuteaba y sonreía con ironía. Sus sarcasmos
se basaban en mis canas prematuras. Generalmente, la broma explotaba
en una sonora carcajada final , que por supuesto me despertaba.

En el tercer sueño yo estaba sentado, leyendo a Svevo, en un banco de
la plaza Cagancha, y él se acercaba, se acomodaba a mi lado y
empezaba a contarme los intrincados motivos que había tenido, allá por
el 95, para herir de muerte a un comentarista de fútbol . Lógicamente, yo
le preguntaba cómo era que ahora andaba tan campante, señor de la
calle, y él volvía a sonreír con ironía: «¿Querés que te cuente el
secreto?», pero fue precisamente en esa pausa que me desperté.

En el cuarto sueño me contaba con lujo de detalles que el gran amor de
su agitada vida había sido una espléndida prostituta de El Pireo, a la
que, tras un quinquenio de maravilloso ensamble erótico, no había
 tenido más remedio que estrangular porque lo engañaba con un albanés
de poca monta. De nuevo insistí con mi pregunta de siempre (cómo era
que andaba libre). «El narcotráfico, viejo, el narcotráfico.» Mi estupor
fue tan intenso que, todavía azorado, me desperté.

Por fin, en mi quinto y último sueño, el singular Belmonte se apareció en
mi estudio de proyectista, con una actitud tan absurdamente agresiva
que no pude evitar que mis dientes castañetearan.

-¿Por qué me vendiste, tarado? -fue su vociferada introducción-.
Te crees muy decente y pundonoroso, ¿verdad? Siempre te advertí que con
nosotros no se juega. Y vos, estúpido, quisiste jugar. Así que no te
asombres de lo que viene ahora.

Abrió bruscamente el portafolios y extrajo de allí un lustroso revólver.
Me incorporé de veras atemorizado, pero antes de que pudiera balbucear
o preguntar algo, Belmonte me descerrajó dos tiros. Uno me dio en la
cabeza y otro en el pecho. 
Curiosamente, de este último sueño aún no me he despertado.

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